El universo en las entrañas

sábado, mayo 31, 2008

Cuando era niño el universo era el prado frente al rancho de mi abuelo. El cielo mascaba las nubes y parecían recortes de crepé mal puestos sobre el papel añil. Invariablemente el universo crece conforme uno va creciendo. Los amigos de la escuela ya no viven a la vuelta de la cuadra sino en partes distantes de esta ciudad o lejos donde los recorridos habituales son de por lo menos una hora. Amigos dejan de serlo o vuelven. El universo parece crecer. Algunos se marchan lejos y se van disolviendo tras alguna llamada telefónica o carta o el saludo a distancia de algún tercero. El universo parece crecer en tanto que llegan otras personas y uno deja de ser el mismo siendo aquello que los mazazos del tiempo van forjando sobre la piel, aunque uno parezca ser el mismo. De pronto el universo ya no tiene esas dimensiones catastróficas de planetas y nebulosas. Todo se reduce al infinito universo de las entrañas. La nostalgia por los tiempos de las escapadas de días con colegas, los besos robados, el vértigo de los días.

Uno va por ahí con la identidad de lo común tatuada a fuerza de los años en el rostro. Nada me diferencia de los otros. Nadie sabe que un día fui grande sobre el escenario contando palabras o que fui una pequeña rata de campo llorándole mis secretos a una mujer desconocida frente a una fogata. El amigo que murió de una sobredosis, el imbécil que se burló de mí por escribirle poemas a una mujer, la salida del sol en Isla Mujeres con los pies deshechos y la dama amada en brazos de otro. La manía de llorar en el baño después de hacer el amor. Qué hermoso y solitario es el universo que llevo en el pecho. Supongo que cualquiera diría lo mismo del suyo.

Ahora sólo lo quiero contemplar, al menos por esta noche.

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